viernes, mayo 15, 2009

Anti Agonía


Cae una hoja seca. Desde una gran altura. Desde las ramas más altas. Una hoja vieja. Desgastada, sin color. Ni siquiera la ve venir. Es el ocaso. Su viaje zigzagueante concluye en una faz pálida que no presta atención al burdo acontecimiento y se posa en un hombro intranquilo. Ni se inmuta. Una tez blanca con ojos pardos y desorbitados incluidos, cuyo sentido se ha desconectado del cerebro por unos instantes. De ahí lo fijos que permanecen tras un manto espumoso de cataratas. Hay prioridad en las ondas auditivas; por lo tanto hay golpes secos de truenos muy distantes. En las montañas. Productos del tempestuoso invierno. Golpes secos que se propagan acurrucados en el alma, comportándose como bombas atómicas reaccionando en cadena, desarticulando partículas. Una tras otra. Y una mirada perdida en la nada. Y los retumbos ávidos de oídos atentos continúan internamente. Intensamente. Insistentemente. Intermitentemente. Hacen daño, laceran los sentidos, similar a la intención del láser aguzando trazos sobre el sólido acero. Diluido sobre una amalgama de imposibilidades. Aunque los golpes acurrucados se hayan apagado. Ya no hay posibilidades, lo sabe. Aunque solo sea una certeza confusa. En un abrir y cerrar de ojos cree considerar todas las variables, resuelve la raíz cuadrada de pi. No alcanza. Es un callejón sin salida. Al intentar retroceder, no está el camino. Solo una pared. Sólida. Impenetrable. No hay adónde ir. Con cerrar los ojos y respirar profundo cree poder reconstruir los castillos de arena destrozados por el intenso oleaje. No resulta. El delirio persiste. Es un universo caótico. En expansión. Cada vez más distante un elemento de otro. Mil años luz. Una ecuación de variables sin constantes. Irresoluta. Otra perla de cristal líquido deslizándose por sus mejillas. Y otra. Muchas más, convertidas en un manantial de agua viva. El mismo escenario cuando lo sorprende la madrugada.

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