
Toño se precipitó.
De repente sintió un escalofrío que le recorrió todo su ser al darse cuenta del tiempo que había pasado. A sus cuarenta y ocho años no era fácil asimilar no ser nada en la vida, rodeado de seis niños, sangre de su sangre y con hambre en el estómago. ¿Si solo fuera hambre del estómago? Pero había más, había tristeza en aquellos ojitos abiertos de par en par.
Desesperado por la desesperanza recorrió de un vistazo toda su casa ¿chinchorro le llamaban? Latas viejas por paredes amenazaban con venirse abajo con cada relámpago de invierno, con cada vendaval de verano. Estuviera un poco mejor si hace un mes no hubieran clausurado aquella construcción donde podía ganarse 13 mil colones semanales.
Su mente, no acostumbrada a diseñar estrategias dio mil volteretas buscando una solución alterna a todas las puertas que le habían cerrado en los últimos días. Si tan solo era una oportunidad lo que pedía para ganarse el pan del otro día. Lo más reciente fue implorar que le dejaran cortar el césped de la casa aquella, la lujosa de la esquina, mas no hubo tal. ¿Es que hasta en eso requería de buena facha? ¿Pero cómo lograrla?
Cuando el llanto de los niños se convirtió en desconsuelo y el derredor seguía igual de lúgubre tomó la determinación de hacerlo y salió de casa con el corazón acelerado. Le pagarían mil quinientos colones. Su mente se nubló y poco a poco el llanto de niños fue quedando atrás, apagados como la vela que les alumbraba de madrugada hasta que hubo solo silencio y frío y lágrimas secas en las mejillas.
- ¿Pero qué, cómo sucedió?
- Diay, no ven que el cabrón se encaramó en el poste del alumbrado pa' robar cable
- Pero quedó tisnaditito.
- Se lo merecen estos desgraciados. Solo a él se le ocurre tratar de cortar un primario.
Toñó se precipitó.
Ignoraba que en el último instante, uno cierra los ojos y extiende las manos pidiendo ayuda. Cualquier ser humano le habría reconocido su dolor y le habría ayudado.